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Columnas

Seis sorpresas en el primer aniversario

Angie G50

Moisés Naím / El País

Los ataques terroristas del 11 de septiembre fueron como un terremoto: sorprendentes, trágicos y cargados de información. Así como los terremotos ofrecen a los sismólogos valiosos datos sobre la geología más profunda e insondable de la Tierra, los ataques revelaron mucha información inédita sobre el sustrato político, económico y militar de estos tiempos. Al igual que los terremotos, la onda expansiva del evento central, su trayectoria y consecuencias también contiene información útil. Lo que ha sucedido desde ese día de terror es tan revelador del mundo en que vivimos como los propios ataques, y algunas de sus secuelas han sido tan sorprendentes como los ataques mismos.

La superioridad militar no protege. Los ataques terroristas demostraron que la superioridad militar de un país no garantiza la invulnerabilidad de su territorio y de sus ciudadanos a los ataques del enemigo. Esto, que hoy es obvio, hace un año fue una sorpresa. Pero más sorprendente aún es que la reacción de la Administración de Bush haya sido invertir aún más en expandir su superioridad militar. Después del 11 de septiembre, la Administración estadounidense propuso un presupuesto militar que es superior al presupuesto combinado de los otros 25 países del mundo que más gastan en sus fuerzas armadas. Al igual que el ebrio que perdió las llaves regresando del bar pero que las busca bajo el farol porque es sólo allí donde hay luz, Estados Unidos busca la protección de su ciudadanía aumentando los gastos en rubros que el 11 de septiembre no les sirvieron para nada.

Claridad moral y confusión estratégica. El presidente Bush siempre insiste en que la 'claridad moral' es el principio que guía las accciones de su Gobierno y que provee la ventaja que al final garantiza la derrota de sus adversarios. Esto último es probablemente cierto. La sorpresa es que durante este año la confusión estratégica ha sido mucho más frecuente que la claridad moral. En su campaña electoral, Bush prometió una política exterior más humilde y menos intervencionista. En este año, la injerencia de Estados Unidos a nivel mundial ha sido enorme. La humildad ha sido asfixiada por la convicción de que una superpotencia como Estados Unidos no sólo tiene los recursos, sino el deber de intervenir unilateralmente y poner orden en un mundo inherentemente anárquico y peligroso. Bush también prometió que de ser electo no apoyaría el salvamento financiero de países emergentes sacudidos por crisis económicas. Turquía y Brasil han sido recientemente beneficiarios de los paquetes de ayuda financiera más grandes en la historia económica del mundo. En su campaña, el candidato Bush se burló de los esfuerzos de reconstrucción nacional en países devastados por guerras civiles, insistiendo en que no involucraría a su país en tan ingratas y fútiles tareas. Ahora, el Gobierno de Bush está activamente involucrado en nation building en Afganistán y se prepara a hacerlo con entusiasmo en Irak. Tanto Bush como Paul O'Neill, su ministro del Tesoro, manifestaron abiertamente sus críticas al gasto en ayuda oficial a países pobres. Hace pocos meses propusieron el mayor aumento en 40 años en el presupuesto para la ayuda norteamericana al desarrollo de otros países.

El mismo presidente Bush, que no pierde oportunidad para reiterar su profundo compromiso con el libre comercio internacional, es el que apoya las vergonzosas medidas proteccionistas para el acero y los obscenos subsidios a los agricultores. El mismo que declaró que América Latina sería una prioridad en su Gobierno ve impasible cómo el hemisferio se hunde tras una crisis política y económica tras otra.

¿Será Sadam Husein una de las víctimas del 11 de septiembre? Viendo caer las Torres Gemelas un año atrás, ¿quién hubiese imaginado que Sadam Husein sería una de las víctimas? Hoy, la sorpresa es que todo parece indicar que si los ruidos y susurros que se oyen en Washington no resultan ser pura pose, Estados Unidos atacará Irak y no descansará hasta la salida de Sadam Husein. No obstante, el ataque a Irak no es inevitable. Es posible que la reacción internacional, combinada con concesiones de Irak, permita evitar el ataque. Es posible que el Gobierno de Bush siga presionando sin realmente actuar militarmente o haciéndolo de manera más limitada. En cualquier caso, el resultado será sorprendente: o Sadam Husein termina pagando con su cargo, o con su vida, por las acciones de Osama Bin Laden, o , de nuevo, logra sobrevivir en el poder por más tiempo que un presidente George Bush que no es reelecto. Esta última es una experiencia que ya Sadam disfrutó una vez.

El antiamericanismo como sorpresa. El ya legendario titular de Le Monde del 12 de septiembre 'Somos todos americanos' reflejó el sentimiento mundial de solidaridad con Estados Unidos que se generó ese día. La sorpresa es lo poco que duró. Hoy, un año después, la solidaridad es casi invisible y el antiamericanismo está a flor de piel en casi todas partes. No hay dudas de que la condición de superpotencia y la conducta de la Administración de Bush contribuyen a fomentarlo. Pero no lo explican por completo. Hay un sustrato abonado y trabajado por décadas y que se nutre de muy variadas fuentes (ideológicas, culturales, religiosas, psicológicas) que hace que los errores y omisiones de los estadounidenses generen enorme resentimiento. Además, el resentimiento de muchos hacia Estados Unidos no es producto de lo que hizo o hace, sino de lo que es.

La crisis económica: Ken Lay hizo más daño que Bin Laden. Quizá la principal sorpresa de los ataques terroristas fuera lo resistente que resultó la economía norteamericana a ese golpe en su corazón financiero. No hubo una corrida bancaria, la Bolsa de valores no se colapsó ni operacional ni financieramente, no hubo fuga de capitales, no aparecieron impedimentos permanentes al comercio internacional ni al tránsito de personas. Tampoco se produjo una recesión mundial. Fue sorprendente que nada de esto ocurriera. Pero una sorpresa aún mayor fue que Enron, Worldcom o Arthur Andersen fueron más nefastos para la economía nortemericana que Al Qaeda. Un estudio reciente estimó que las quiebras de Enron y WorldCom tendrán un impacto negativo en la economía de EE UU equivalente al que tendría un aumento de 10 dólares en el precio del barril de petróleo.

Más globalización que nunca. Ésta es otra sorpresa. Después del 11 de septiembre, el profesor inglés John Gray escribió que 'la era de la globalización se acabó', mientras que Francis Fukuyama pronosticaba el fin del tecnoliberalismo de la década de los noventa. Así, el periodo de rápida expansión en el comercio, las inversiones y la integración internacional parecía haber llegado a un abrupto final. Pero no fue así. El comercio mundial crecerá al 8% en la segunda mitad de este año y probablemente aún más el año próximo. Dos meses después de los ataques, la Organización Mundial del Comercio (OMC) reunida en Doha, en vez de fracasar como en Seattle, aprobó una nueva ronda de negociaciones para liberalizar el comercio. Este año, y por primera vez en casi un década, el Congreso autorizó al presidente de Estados Unidos a negociar tratados internacionales de libre comercio por vía rápida. China ya es miembro de la OMC y Rusia pronto formará parte de ella. Pocos países quieren quedar fuera. Pero más importante aún es que los atentados terroristas generaron una colaboración más intensa que nunca entre gobiernos que antes ni se hablaban. La sorpresa es que no sólo la globalización económica no se detuvo, sino que la globalización política se intensificó. Hoy el mundo está más integrado que antes del 11 de septiembre. Además, los atentados sirvieron de curso intensivo para quienes pensaban que la globalización sólo tenía que ver con comercio e inversión. Los terroristas mostraron cómo las computadoras, los aviones, Internet, el fácil movimiento internacional de gente y dinero son tan útiles para la diseminación internacional de odios, prejuicios, crimen y terror como lo son para la diseminación de mayores y mejores oportunidades económicas o educativas. Hoy todos saben que la globalización no sólo tiene que ver con la expansión internacional de McDonald's, sino también con la de las madrasas, las escuelas religiosas islámicas. Parafraseando a Ambrose Bierce, quien escribió que la guerra es el instrumento que utiliza Dios para enseñarles geografía a los norteamericanos, cabe decir que los ataques terroristas sirvieron para enseñar al mundo lo que es la globalización. De estar vivos, ellos serían los primeros sorprendidos.