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Moises Naim, pensador global

Andrea Guerra

Ricardo Dudda / Letras Libres

Moisés Naím es uno de los intelectuales latinoamericanos más importantes del mundo. Sus análisis no son exclusivamente regionales; su foco es global. A menudo su interés está en las tendencias mundiales, en aquello que puede afectar igualmente a un agricultor chino, a un empresario en Nicaragua y a un ingeniero en Ámsterdam. En los últimos meses, en su columna en El País, ha escrito sobre cambio climático, sobre la revolución digital, sobre las semejanzas entre el autoritarismo de Netanyahu en Israel y el de AMLO en México, sobre qué tienen en común el trumpismo, el maoísmo y el peronismo… Naím es un escritor latinoamericano en Washington, pero su mirada es completamente internacional y rehúye todo tipo de provincianismo (bastante común en muchos analistas internacionales anglosajones). Al fin y al cabo, es posible que la tesis de Thomas Friedman de que “el mundo es plano” no sea del todo cierta (sobre todo en este nuevo mundo multipolar), pero en el siglo XXI nos enfrentamos a cada vez más retos comunes: desde el cambio climático a la revolución digital. 

Doctor por el Massachusetts Institute of Technology, miembro del think tank Carnegie Endowment for International Peace, Naím fue ministro de Comercio e Industria de Venezuela (bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez), director del Banco Central de Venezuela y Director Ejecutivo del Banco Mundial. Durante catorce años dirigió la prestigiosa revista Foreign Policy. Su faceta mediática y periodística no termina ahí. Escribe análisis políticos en el periódico español El País, que también aparecen en medios internacionales como La Repubblica o La Nación, y en 2011 fundó el programa Efecto Naím, que se emite en la cadena NTN24. Es autor de ensayos como El fin del poder (Debate, 2013), La revancha de los poderosos (Debate, 2022) o Ilícito: Cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo (Debate, 2006), pero también de una novela, Dos espías en Caracas (Ediciones B, 2018), “una historia casi ficticia de amor y espionaje en tiempos de Hugo Chávez”.

En sus obras ensayísticas, Naím muestra una honda preocupación por el poder, sus excesos y sus mutaciones en el siglo XXI. En El fin del poder, publicado en 2013 y elegido por Mark Zuckerberg para su club de lectura, reflexionaba sobre la descentralización del poder. Es una cuestión global y geopolítica. “El mundo ha entrado en una ‘era posthegemónica’ en la que ninguna nación tiene la capacidad de imponer su voluntad a las demás de forma permanente ni sustancial”, escribía. Pero también afecta internamente a las democracias liberales, que se han convertido en vetocracias escleróticas e ineficaces donde los actores involucrados tienen poder de veto pero no son capaces de imponer su rumbo deseado. “En los países no democráticos que permiten partidos políticos, los grupos minoritarios tienen hoy tres veces más representación en el parlamento que en los años ochenta”. Este aumento del pluralismo parlamentario tiene enormes desventajas: hay más intereses representados, pero la capacidad de llegar a acuerdos es cada vez más difícil. El consenso es una utopía. Naím afirmaba que “un mundo en el cual todos tienen el poder suficiente para impedir las iniciativas de los demás, pero en el que nadie tiene poder para imponer una línea de actuación, es un mundo donde las decisiones no se toman, se toman demasiado tarde o se diluyen hasta resultar ineficaces”. 

Su tesis era original y provocadora. Si uno quería analizar el poder en el siglo XXI, sostenía Naím, debía tener en cuenta la proliferación de nuevos actores pequeños, no estatales y no tradicionales. El fin del poder recogía los cambios producidos por la revolución digital y la revolución árabe, Occupy Wall Street o el 15M, pero no caía en el tecnoutopismo de la época: muchos pensaban que las redes nos unirían, extenderían la democracia, la globalización seguiría su curso. Finalmente lo que ocurrió fue que llegó el populismo, la desglobalización, las “democracias iliberales”…

Como buen pensador liberal, a Naím le preocupan los excesos del poder. Pero su perspectiva no se queda en la tesis clásica de Lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Al igual que otros de sus coetáneos, como Francis Fukuyama en su excelente El liberalismo y sus desencantados, Naím actualiza sus ideas a su época, y no intenta aplicar un mismo molde a una realidad cambiante. Por eso La revancha de los poderosos, su último libro, publicado en 2022, sirve como actualización de El fin del poder, pero no es una revisión porque sus ideas estén desactualizadas. Los libros de Naím exploran los temas del momento, pero no son exclusivamente coyunturales: hablan sobre una época de manera panorámica, y con voluntad de permanencia. 

Sus obras van en paralelo a los avances de las sociedades. Por ejemplo, Naím analiza a los autócratas de hoy pero no con las herramientas de ayer: los líderes autoritarios actuales se venden como los verdaderos demócratas, a veces como “demócratas iliberales”, tal y como defendió el presidente húngaro Viktor Orbán. No han renunciado completamente a las elecciones, sino que las han vuelto superfluas y exclusivamente estéticas, como ocurre en la Rusia de Putin o la Turquía de Erdogán. Naím habla de los “autócratas 3P” (las P son populismo, polarización y posverdad). “Los autócratas 3P son dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos a su poder ejecutivo mediante el populismo, la polarización y la posverdad. Al mismo tiempo que consolidan su poder, ocultan su plan autocrático detrás de un muro de secretismo, confusión burocrática, subterfugios seudolegales, manipulación de la opinión pública y represión de los críticos y adversarios. Cuando la máscara cae, ya es demasiado tarde.” 

Naím analiza el populismo desde varias perspectivas. Su enfoque es original. Se centra en cuestiones como el “resentimiento”, “una palabra correcta para designar el afán de hacer daño a quienes creemos que nos lo han hecho a nosotros. La política del resentimiento es la de la revancha.” Pero también en la pertenencia y en el estatus, cuestiones clave en ese resentimiento en sociedades cada vez más desiguales, como han escrito expertos como Kate Pickett y Richard Wilkinson. Es “la frustración que se acumula cuando una persona piensa que algo le impide progresar social y económicamente y se ve en un escalón más bajo del que esperaba ocupar en la sociedad. La disonancia cognitiva de estatus se agrava por la sensación de que no solo no está cada vez más cerca del lugar que le corresponde, sino que cada vez está alejándose del lugar que le correspondería.” Según Naím, este tipo de individuos son más proclives a apoyar a un líder autoritario. 

Esos líderes autoritarios hoy son más resilientes. Saben usar las redes sociales, saben cultivar su carisma. A veces la “política de los fans”, como escribe Naím, propicia su surgimiento: “Cuando los políticos tradicionales infringen una norma importante, sus seguidores les dan la espalda y su prestigio político se resiente. Sin embargo, cuando los líderes nacidos de la fama infringen esa misma norma, sus fans no se vuelven en su contra, sino en contra de la norma. Es más, los arropan hasta tal punto que su prestigio, muchas veces, aumenta, al menos desde el punto de vista de los fans.”

Otra de las características de estos nuevos autoritarios es que forman Estados mafiosos. Naím distingue entre la corrupción tradicional, la cleptocracia en dictaduras y el Estado mafioso, donde es el gobierno el crimen organizado. Un buen ejemplo de ello es Rusia: “El Estado mafioso de Putin reserva la seguridad y una riqueza extraordinaria para una mínima élite que responde directa y exclusi­vamente ante él.”

El enfoque de Naím es multidisciplinar. No solo se centra en el poder político, también en el empresarial. Cuando las cinco grandes empresas tecnológicas (GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) concentran un poder y un PIB mayor que algunos Estados, el poder global empresarial ya no puede analizarse de la misma manera. Siempre han existido grandes monopolios, pero quizá nunca antes con una capacidad tan grande de influir. Sin esas empresas, la infraestructura de internet no existiría. Como se ha señalado en alguna ocasión, sus servicios no son al uso, son lo que los anglosajones llaman utilities, o casi infraestructuras: sin esas empresas el internet tal y como lo conocemos no existiría. Frente a esta concentración del mercado digital podemos ver diferencias considerables en regulación en el mundo. Como explica Naím en una entrevista en esta revista, “Vamos a tener tres internet: un internet chino, que está basado en un Estado policiaco; un internet europeo, que es un Estado que regula el uso del poder, y un internet estadounidense, que es una combinación del libre mercado con más regulación de la que había, pero menos invasiva de la que estamos viendo en Europa.” 


Al final de La revancha de los poderosos, Naím resume cinco amenazas contra las que deben enfrentarse las democracias liberales. La primera es la batalla contra la Gran Mentira, es decir, contra la posverdad y su atractivo, especialmente en redes sociales; la segunda es la batalla contra los gobiernos convertidos en criminales, es decir, contra los Estados mafiosos (la clave es follow the money, ya que muchos de esos Estados lavan dinero en Occidente); la tercera es la batalla contra las autocracias que tratan de debilitar a las democracias (“el trastorno más inaudito y dañino que hemos experimentado en tiempos recientes es quizá el uso malintencionado del poder para socavar la legitimidad política de países democráticos rivales gracias a las nuevas tecnologías de comunicación por internet”); la cuarta batalla es contra los cárteles políticos que ahogan a la competencia (“El propósito esencial de los pesos y contrapesos democráticos es garantizar que la rivalidad política se desenvuelva de forma limpia y legal […] Necesitamos una especie de doctrina antimonopolio para la política, pensada para proteger la dinámica competitiva que es la base de la democracia”); y, finalmente, la quinta batalla es contra los relatos iliberales, cuya retórica es hueca y, sobre todo, falsa: “Podemos dar a la gente algo sustancial que defender, no solo algo a lo que oponerse. Podemos argumentar en favor de una buena vida con profundas raíces en las tradiciones de Occidente que quizá no sea excitante, pero sí sincera”.