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Vino viejo en barrica nueva: ¿Qué tan nuevas son las nuevas amenazas?

Angie G50

Profesor Dr. Iván Witker Barra / ANEPE - Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos – Ministerio de Defensa Nacional

            En sus números 3 y 4 de este año, correspondientes a mayo-junio y julio-agosto, respectivamente, la prestigiosa Foreign Affairs se ocupa de un tema relevante asociado a la ya vieja litis acerca de qué aspectos son nuevos y cuáles no de las llamadas nuevas amenazas y, lo inevitable, ¿qué demandas de fuerza plantean a los órganos del Estado?.

            En concreto, el número 3 trae un exhaustivo ensayo de Moisés Naím, titulado “Estados-Mafiosos” y el número 4 entrega una sólida contra-argumentación a cargo de Peter Andreas titulada “Tomándole el pulso a la amenaza de los estados mafiosos: ¿son las bandas apoyadas por gobiernos una real amenaza nueva?”, así como una contra-réplica de Naím. En suma, un enriquecedor debate, que aporta luces sobre el devenir local, regional y hemisférico.

Veamos los aspectos medulares de este debate.

            Naím plantea la hipótesis que la crisis económica global es tan profunda que significa un cambio en la naturaleza del crimen trasnacional. Por lo tanto, las nuevas amenazas serían efectivamente nuevas. Aún más, sus evidencias sugieren que el crimen trasnacional estaría viviendo una auténtica revolución. Las fundamentaciones de Naím son tres. La primera: las transformaciones políticas globales y la revolución tecnológica estarían posibilitando este cambio tan profundo y lo ejemplifica con la construcción de los narco-submarinos; según él “algo inimaginable décadas atrás”. Otro ejemplo sería internet. Las grandes transacciones financieras de hoy día eran sencillamente inconcebibles hasta hace pocos años, escribe Naím. La segunda fundamentación radica en el error de creer que las bandas criminales siguen actuando en espacios reducidos e involucrando a comunidades más bien pequeñas. “Las bandas criminales ya no son un asunto marginal” nos advierte Naím. Fundamenta su disquisición en el supuesto que los capos serían considerados ahora, a diferencia de antes, verdaderas celebridades. Nadie podría negar –en la percepción de Naím- que los capos ejercen influencia a través de los medios de comunicación y desarrollan actividades filantrópicas, que si bien son de poco glamour, sí tendrían abiertas simpatías en los sectores más desposeídos. La tercera fundamentación de Naím se sustenta en la presunta creencia que la lucha contra el crimen organizado es asunto circunscrito a policías y jueces. “En realidad actualmente en África, China, Rusia, América Latina, Europa oriental y otros lugares enfrentamos un problema político con imbricaciones con la seguridad total, por lo que los estados mafiosos representan una nueva clase de peligro, ya que su poder político y utilización de aparatos de inteligencia le dan características enteramente nuevas; o sea, el crimen organizado representa una amenaza a la seguridad internacional”, concluye Naím, de forma taxativa.

            En la otra orilla del debate, Peter Andreas desarrolla una línea argumental, que retruca tales supuestos, descartando que estemos ante un fenómeno nuevo en su naturaleza. Esta es una amenaza tan antigua como la humanidad misma, lo único que requiere son ajustes, adecuaciones y estudio de especificidades.  A su juicio, los errores de Naím son de dos tipos, metodológico y conceptual.

            Lo grave desde el punto de vista metodológico –nos dice- es que tal combinación de errores sólo genera alarmismo (fuzzy logic and hyping the threat).

            Andreas critica el modelo de Naím de poner a un lado al Estado (dotado de una presunta pulcritud) y en otro a las actividades delictivas. Tal planteamiento induce a pensar que  las bandas, si son activas, puedan llegar a tomarse al Estado, cuando en realidad siempre las bandas criminales han buscado apoyo, o se enquistan en intersticios del Estado. Pero eso no significa que suplanten al Estado, aunque la colusión ocurra en gran escala, como durante la Serbia de Milosevic donde una aduana corrupta otorgaba privilegios enormes a todo tipo de tráfico, recuerda Andreas. Lo mismo ocurría ya en la Panamá de Noriega y en la Bolivia de Luis García Meza y algunas décadas más atrás en la Cuba de Batista. Aún más, en el siglo 19 estas colusiones se divisan en las actividades de la British East India Company. O bien durante la Guerra Fría, período en que las dos superpotencias crearon un clima de tolerancia hacia regímenes coludidos con el crimen organizado aduciendo razones geopolíticas. Y desde luego que también se pueden estudiar casos recientes como el venezolano, donde altos oficiales de las FFAA. aparecen involucrados en actividades ilícitas. Pero esto no significa que el crimen organizado busque tomarse el Estado. Aquí no hay nada nuevo señala Andreas. Nunca han existido Estados pulcros luchando contra grupos criminales que busquen suplantarle funciones.

            En lo conceptual, Andreas indica que no pasa de ser una moda hablar de “mafias” (como lo hace Naím) y lamenta que se utilice este vocablo para hacer generalizaciones vagas. Es sólo la carga semántica del vocablo (y no su significado) lo que permite hacer creer que estamos ante un fenómeno gigantesco. Es la llave para generar alarmismo. “Resulta curioso que Naím no analice los de Italia, con la mafia, y de Japón con la yacuza” dice Andreas. Ambos casos representan justamente los paradigmas de la penetración del crimen organizado en las estructuras estatales, pero, simultáneamente sirven para demostrar que las elucubraciones de Naím sólo conducen al alarmismo, pues ambos ratifican que las sociedades democráticas desarrolladas y vigorosas logran superar sus estragos y recuperarse. Incluso la sangrienta actualidad mexicana entrega señales que refuerzan la idea de que las apreciaciones alarmistas no llegan a la profundidad de los problemas. La aseveración de Naím  de que la cantidad de generales encarcelados por vínculos con el narcotráfico sería indicativa de la “conquista” de éste, es falsa, ya que si México fuese un narco-estado, esos generales no estarían en prisión sino liderando sus bandas, sostiene Andreas.

            Luego critica el aserto de Naím (y frecuentemente utilizado por quienes creen que estamos ante un fenómeno nuevo) que equipara en escala y amplitud a los grandes grupos criminales con las corporaciones transnacionales. Quienes sostienen aquello nunca han proporcionado cifras y datos concretos que lo fundamenten, se queja Andreas. Por lo tanto, cabe establecer que en realidad ninguna de estas bandas siquiera se acerca en tamaño y poder a la Exxon o a Apple.

            El gran reto que se desprende del alarmismo de Naím, nos advierte Andreas, es que se trata de errores de percepción con fuerte arraigo en diversas comunidades epistémicas y en círculos de toma de decisión en todo el mundo. Son facilistas y logran alto impacto. Ergo, al haber errores en la percepción, se diseñan políticas públicas poco eficaces.

            En su contra-argumentación, Naím pone énfasis en el impacto de las nuevas tecnologías. “Nadie podría negar que eso ha transformado el crimen, el mercado negro y el contrabando de bienes y personas”. A su modo de ver resultan incomparables realidades antiguas con nuevas, aunque pertenezcan a la misma familia de amenazas. “Se debe reconocer que no es lo mismo un gobierno breve y aislado como el de García Meza en Bolivia y el de Chávez en Venezuela”.

            Finalmente, el punto en que ambos coinciden es que una característica efectivamente nueva de estas amenazas, es que por primera vez se está ante grupos extraordinariamente difusos y dotados de dinámicas capacidades de respuesta frente a la acción del Estado. Esto significa que las políticas públicas tienen que ser sometidas a constantes revisiones y ajustes. Tanto Naím como Andreas remiten esta nueva característica a la globalización. “Desde los 80 en adelante los efectos de la globalización son más visibles y eso se aprecia no sólo en las actividades propias de los Estados sino también de las ONGs, empresarios, organizaciones caritativas, terroristas, activistas políticos iglesias y de todos aquellos que expandir su influencia”, escribe Naím en su contra-réplica.

            Podría concluirse que el alarmismo provocado por las nuevas amenazas corresponde a lo que Niklas Luhmann, en su texto “Sociología del Riesgo”, llamó la utilización de supuestos males futuros para introducir incertidumbre en el presente y estimular al sistema para que oscile entre esperanzas y temores. Una reflexión digna de considerar a la hora de buscar explicaciones a nuevos lineamientos presupuestarios o la introducción de innovaciones en la lucha contra la criminalidad organizada.

            En todo caso huelga profundizar que Foreign Affairs ha proporcionado un interesante debate, que contribuye a la necesaria reflexión sobre aquellas continuas batallas entre la normalidad silenciosa de las mayorías y la amenazadora marginalidad hiperactiva de la criminalidad. Del debate se desprende que siempre hay grupos que cumplen la función de amenazas marginales, pero simbólicamente fuertes y que terminan estimulando la cohesión social en torno al Estado.

           La gran pregunta que subyace en este interesante debate es si los Estados deben presentarse ante estos desafíos/ amenazas/ problemas con una rama de olivo o con todo el peso institucional.