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Columnas

La peligrosa bomba económica que debe desactivar Javier Milei

Andrea Guerra

 “Para deshacer décadas de políticas gubernamentales equivocadas, Javier Milei puede aprender de la dura experiencia de los reformistas de Europa del Este, América Latina y otros países.”

Moisés Naím / The Wall Street Journal

La toma de posesión de Javier Milei como nuevo presidente de Argentina marcará un hito histórico: Nunca antes se había elegido a un libertario para dirigir un país. Milei se presentó con una campaña radical de severos recortes de gastos e impuestos y de total abandono del peso argentino en favor del dólar estadounidense. Pero, como informó The Wall Street Journal, Milei ya ha dado marcha atrás en sus propuestas más revolucionarias. Ahora debe cumplir lo prometido y aportar la estabilidad económica de la que ha carecido la nación durante tanto tiempo. En un país como Argentina, con décadas de políticas erróneas, esto supone un reto enorme.

Afortunadamente, no es necesario que el nuevo presidente reinvente la rueda. En los 35 años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín, el mundo ha aprendido mucho sobre lo que se necesita para revitalizar economías estancadas, inflacionistas y fuertemente controladas por el Estado. No sólo en Europa del Este, sino también en Asia y América Latina, décadas de experiencias fracasadas revelan los errores más comunes y las difíciles negociaciones y acuerdos entre el gobierno y sus múltiples opositores que son necesarios para que las reformas económicas den resultado.

Ojalá hubiera tenido acceso a estos conocimientos en 1989, cuando me desempeñé como uno de los ministros del área económica en Venezuela. Mi país enfrentaba retos similares a los que ahora afronta Argentina: arcas del Estado vacías, inflación galopante, indicadores macroeconómicos en rojo y votantes hartos del deterioro de su nivel de vida y de los políticos de siempre.

Uno de los dilemas más delicados es la secuencia de las reformas. ¿Qué debe hacerse primero, eliminar las subvenciones a la gasolina o a la leche? ¿La privatización o la reforma de la red de seguridad social? Y la gran pregunta: ¿Qué debe preceder, la reforma de la economía o la del sistema político?

Intentar arreglar un Estado patronal roto es como intentar desactivar una bomba si se cortan los cables en el orden equivocado: todo puede estallar. Por ejemplo, Milei no ha ocultado su ambición de liberalizar los flujos de capital y acabar con el absurdo sistema cambiario argentino. Si lo hace antes de abordar los grandes desequilibrios fiscales a los que se enfrenta Argentina, podría intensificar la fuga de capitales que ya existe. Esto complicaría el resto de las reformas. Pero si intenta mantener el capital en el país subiendo aún más las tasas de interés, corre el riesgo de provocar una recesión cuando menos puede permitírselo.

El amargo recuerdo de 2001 flota en el aire. Fue entonces cuando Argentina dejó de pagar al FMI, lo que afectó notablemente a los argentinos de a pie, que se rebelaron violentamente y llevaron a cinco presidentes a detentar el poder durante dos semanas.

Este tipo de problemas -es decir, la necesidad de reformar A antes de poder reformar B, pero la imposibilidad de reformar B antes de haber reformado A- acechan todos los esfuerzos de reforma. No hay una solución milagrosa, pero la experiencia sugiere que el orden fiscal debe ser lo primero. Dejar la reforma presupuestaria para más adelante socavaría la confianza del mercado y echaría arena en los engranajes de cualquier otra reforma. El imperativo absoluto de abordar primero el déficit presupuestario es algo que, afortunadamente, Javier Milei parece entender bien.

Una segunda serie de lecciones se deriva del prolongado debate entre gradualismo y terapia de shock. El desbordado sector público argentino ha crecido sobre la base de miles de acuerdos nefastos, cada uno de los cuales transfiere dinero público a grupos privilegiados a través de un gran número de subvenciones, acuerdos de financiación y contratos turbios. Ese dinero se filtra a millones de hogares que dependen de las limosnas para llegar a fin de mes. ¿Eliminarlos todos de una vez o mejor hacerlo gradualmente?

La literatura especializada sugiere que las reformas graduales son más duraderas y dan lugar a mejores resultados económicos. Pero en la vida real lo obvio no es sencillo. Los países que pueden permitirse reformas graduales suelen obtener mejores resultados, precisamente porque su situación económica no es tan grave. Con un alarmante déficit presupuestario del 15% del PIB, Argentina no puede permitirse el lujo de una reforma gradual. No tiene dinero para hacerlo. 

Pero la terapia de shock pronto le enseñará al nuevo presidente otra lección: los costes de la reforma son inmediatos y tangibles, mientras que los beneficios son sólo una promesa, una esperanza. Esto, por supuesto, es políticamente explosivo. Milei planea revelar una serie de reformas de terapia de shock para poder así simplificar radicalmente el sistema fiscal y recortar el enorme gasto superfluo. Aunque corre el riesgo de movilizar de golpe a un amplio grupo de opositores, arrancar la gasa de un solo tirón puede tener ventajas políticas. Los intentos de reforma gradual generan inevitablemente sospechas de que se está protegiendo a algunos sectores políticamente conectados con los poderosos, mientras que los ciudadanos normales cargan con todos los costos de las reformas. 

Por otra parte, no todas las reformas pueden hacerse rápidamente. Sólo las llamadas reformas de escritorio -los cambios macroeconómicos que pueden aprobarse de un plumazo- pueden aprobarse a la carrera. Gran parte de lo que aflige a Argentina es que el Estado carece de capacidad para prestar los servicios públicos que la gente necesita. Las micro reformas necesarias para cambiar esta realidad no pueden aprobarse con decretos macroeconómicos. Implican una compleja reforma de las instituciones. Fortalecer esas instituciones es un trabajo poco estimulante: laborioso, lento y propenso a los contratiempos.

En este punto, la devoción de Milei a la ortodoxia libertaria podría ser problemática.  Un presidente cuya respuesta instintiva a cualquier problema institucional es eliminar la institución en cuestión parece destinado a fracasar. Sin nuevas y mejores instituciones de protección social, las personas vulnerables se encontrarán a merced del viejo e inflado sistema clientelar, sin nada que lo sustituya. Milei pronto aprenderá que ésta es una receta para el caos crónico, que pone en peligro el éxito de todo el impulso reformista. A menos que otros miembros más experimentados de su gabinete puedan frenar los impulsos libertarios del presidente, es muy probable que esto ocurra. 

Quizá la lección más importante de la experiencia en otros lugares es que la reforma no hablará por sí misma. Hay que defender la reforma una y otra vez para conseguir y mantener el apoyo público. Dado su impacto distributivo a corto plazo, las reformas macroeconómicas son fáciles de caricaturizar. La privatización, especialmente si está manchada por el tufillo de la corrupción, puede ser demonizada como otro truco que se les ha ocurrido a los ricos para robar a los pobres. Y, de hecho, algunas privatizaciones fallidas del pasado, como la de Rusia en los años noventa, encajan en esa descripción. Milei deberá extremar la vigilancia para evitar incluso la apariencia de corrupción cuando privatice el inflado y corrupto sector público argentino.

La clave es mantener el control de la narrativa contando una historia honesta, clara y persuasiva sobre por qué son necesarias las reformas a pesar de sus evidentes costos a corto plazo. En este sentido, las habilidades de Milei como comunicador pueden ser cruciales. En muchos países las reformas se han vendido con demasiada frecuencia en un lenguaje técnico que puede convencer a los economistas, pero deja perplejos a los votantes. No es probable que el nuevo presidente cometa este error. Contar y volver a contar la historia de la reforma en un lenguaje fácilmente comprensible para el ciudadano normal es la razón de ser de Milei.

En las próximas semanas y meses Javier Milei enfrentará a uno de los retos más difíciles que ningún líder ha asumido durante este siglo. Se ha escrito mucho sobre las razones por las que podría fracasar, y desactivar una bomba de tiempo nunca es fácil. Pero si aprende las lecciones adecuadas de 35 años de reformas en todo el mundo, hay razones para pensar que quizás Milei podría tener éxito. Por el bien de Argentina, esperemos que así sea.

 

Moisés Naim, quien fue Ministro de Comercio e Industria de Venezuela a principios de la década de 1990, es miembro distinguido de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional en Washington, D.C. Su último libro es "La venganza del poder: cómo los autócratas están reinventando la política para el siglo XXI."