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Columnas

No son los bancos, es el arroz

Andrea G

Moisés Naím / El País

Ni Wall Street, ni sector inmobiliario. El problema es el arroz.

El precio internacional del arroz se ha disparado. En un solo día subió un 10%; en las últimas dos semanas, el 50%. Ni siquiera en épocas de guerra ha estado tan caro. Basta recordar que el arroz es parte fundamental de la dieta diaria de 3.000 millones de personas para que los problemas del sector financiero o del inmobiliario parezcan una distracción menor.

Los precios del arroz subieron porque tanto los países productores como los consumidores entraron en pánico. Ante un posible desabastecimiento, los países importadores de arroz aumentaron drásticamente sus compras. Y los productores, preocupados por la posibilidad de dejar a su población sin arroz, limitaron sus exportaciones. La combinación de compras nerviosas y acaparamiento preventivo llevó los precios a la estratosfera.

Y no es sólo el arroz; es el precio de la comida en general. El problema afecta a todos, pero trágicamente, y como siempre, más a los pobres. En Egipto hay desabastecimiento de pan. Los precios internacionales del trigo se duplicaron en el último año y los controles de precios y subsidios gubernamentales hacen que el pan subsidiado, en vez de llegar a los pobres, se venda más caro en el mercado negro. Al menos seis personas han muerto asfixiadas por la muchedumbre o apuñaladas al tratar de colarse en las filas para el pan. El hambre generalizada está volviendo a formar parte de la vida de millones de africanos. Pero ahora, en vez de afectar a poblaciones rurales y aisladas, está ocurriendo en las ciudades. En Argentina, donde la carne es tan importante como lo es el pan en Egipto o el arroz en Asia, hay carestía de bife. En todas partes los altos costos de la comida, la escasez, el acaparamiento y la especulación están ocasionando duros enfrentamientos políticos, conflictos entre productores y consumidores, entre el campo y las ciudades y entre países exportadores e importadores. La clase media de los países ricos también se ve afectada.

Evidentemente, estamos en presencia de un fenómeno global, grave y sin precedentes.

El hambre es una experiencia humana muy antigua. Las hambrunas aparecen en la narrativa de todas las religiones. Pero la actual precariedad del sistema alimentario mundial tiene causas muy modernas que incluyen tanto grandes éxitos gubernamentales como importantes fracasos; avances científicos milagrosos y estancamiento tecnológico, el uso del mercado para solucionar problemas y la incapacidad para intervenir adecuadamente cuando éste falla.

Una parte del reciente aumento de los precios de la comida se debe a un fabuloso y reciente triunfo de la humanidad: más gente que nunca hoy puede comer tres veces al día. Brasil, Vietnam, Turquía, China e India son sólo algunos de los países donde millones de personas hoy comen más y mejor. Las revoluciones científicas aumentaron la productividad agrícola y probablemente lo volverán a hacer. Si bien la producción de alimentos ha aumentado muchísimo, no lo ha hecho tan rápido como el consumo; de ahí los aumentos de precios.

Pero hay otros factores que inhiben el crecimiento de la producción. Uno nuevo es el cambio climático. La producción de arroz en Asia se ha visto afectada por un patrón irregular de sequías y lluvias torrenciales. En otros países, los ciclos de cosecha se están acortando y los cambios de temperatura engendran nuevas plagas. El alto precio del petróleo puso de moda a los biocombustibles. Para los agricultores, ahora resulta más lucrativo producir maíz para llenar tanques de automóviles que para llenar estómagos. El aumento del precio del maíz estimula la demanda y los precios de otros cereales. Y produce protestas callejeras en México.

Pero lo que más determina la producción mundial de alimentos son las políticas gubernamentales. Y estas políticas tienen un fuerte sesgo a favor de los productores, mientras sus costos repercuten en los consumidores. En todos los países, el lobby agrícola está mejor organizado, tiene más dinero y es más políticamente influyente que los consumidores de alimentos que, paradójicamente, somos todos. Esto explica la surrealista e ineficiente maraña de tarifas, subsidios, controles, estímulos y reglas que moldea y corrompe la actividad agrícola y el comercio internacional de alimentos.

La buena noticia es que la crisis alimentaria mundial va a hacer crecientemente onerosas e insostenibles muchas de las distorsiones y obstáculos que ahora existen.