Turbas inteligentes
Moisés Naím / El País
La estocada final se demoró 10 días. El Gobierno tailandés ya venía mal y pocos apostaban por su sobrevivencia. Formalmente, su caída fue producida por la decisión del Tribunal Constitucional de disolver tres de los partidos políticos que formaban la coalición gobernante, forzando así la renuncia del primer ministro. Pero lo que precipitó la situación fue el bloqueo de los dos principales aeropuertos del país durante 10 días por parte de una turba muy bien organizada.
El de Tailandia es sólo el más reciente ejemplo de una creciente tendencia mundial: el bloqueo de vías de comunicación por parte de una muchedumbre con el fin de forzar cambios políticos. Los bloqueos de calles y carreteras ayudaron a Evo Morales a llegar a la presidencia de Bolivia y a Joseph Estrada a perderla en las Filipinas. Los piqueteros argentinos, con su vocación de trancar avenidas, se han transformado en un factor permanente de la política de ese país, y el candidato presidencial mexicano Andrés Manuel López Obrador protestó por su derrota en las elecciones de 2006 bloqueando importantes arterias de la capital mexicana. En Ecuador y Perú tomaron las calles grupos indigenistas, mientras que en Tíbet y en Myanmar lo hicieron monjes budistas.
Las marchas, manifestaciones y protestas callejeras son tan antiguas como la política misma, así que el hecho de que una muchedumbre salga a la calle a promover el cambio político, protestar, apoyar a su gobierno o tratar de derrocarlo no tiene nada de nuevo. Lo que es nuevo e interesante son las formas de convocatoria, organización y coordinación en las que se apoyan estas manifestaciones callejeras y los grupos que en ellas participan.
Estrada, el ex presidente filipino, se quejó de que fue derrocado no por un golpe de Estado sino por lo que él llamó "un golpe de texto". Cientos de miles de personas, muchos de ellos jóvenes sin militancia política pero descontentos con su gobierno, se coordinaban entre sí a través de mensajes de texto enviados desde sus teléfonos móviles. Y los mensajes de texto como instrumento de coordinación política se han convertido en un fenómeno mundial. "Ven con camiseta blanca y manos pintadas de blanco a las 10 de la mañana", decía uno de los mensajes que se expandían como un virus entre los teléfonos móviles de los estudiantes venezolanos opuestos al Gobierno de Hugo Chávez. Y, en efecto, decenas de miles de jóvenes aparecían ese día con camisetas blancas y las manos pintadas de blanco, coordinando ágilmente sus movimientos por la ciudad a través de mensajes instantáneos. En abril del 2006, Gyanendra, el entonces rey de Nepal, ordenó la suspensión de todos los servicios de telefonía móvil ya que las agrupaciones anti-monárquicas estaban usando mensajes de texto para organizar las protestas que eventualmente terminaron derrocándolo.
Obviamente, estas nuevas tecnologías pueden ser usadas para potenciar viejas prácticas políticas. Los partidos políticos tradicionales, por ejemplo, han multiplicado sus capacidades organizativas gracias a estas formas de comunicación. En cierta forma, esto fue lo que pasó en los aeropuertos de Tailandia. Pero otra dimensión del fenómeno es que está facilitando la aparición de nuevos actores políticos que se rigen por códigos y reglas distintos de los de los partidos tradicionales. Son organizaciones menos estructuradas y verticales, donde las jerarquías no son rígidas y la autoridad está más descentralizada.
En Colombia, las marchas contra las FARC fueron convocadas con gran éxito en varias ciudades a través de Facebook. En México, una multitud sin precedentes marchó contra la escalada de la violencia criminal que azota ese país. En ambos casos, los organizadores no eran políticos tradicionales ni usaron los métodos usuales de convocatoria. Fueron ciudadanos comunes cuya influencia política se ve potenciada por la capacidad de crear y movilizar una turba inteligente a través de nuevas tecnologías.
Según el diccionario, turba es "una muchedumbre de gente confusa y desordenada". Evidentemente, las nuevas tecnologías hacen posible que las turbas ya no sean ni confusas ni desordenadas. Actúan con organización y propósito. Howard Rheingold, el padre de esta idea, enfatiza que una turba, por más inteligente que sea, no es ni buena ni mala, y que todo depende de sus fines.
La esperanza es que las mismas tecnologías que permiten el ascenso de las turbas inteligentes produzcan los anticuerpos que nos ayuden a mitigar la influencia de aquellas que usan sus capacidades para subvertir la democracia. Como sabemos, no todo bloqueo de carreteras o aeropuertos tiene fines nobles.
En cualquier caso, la realidad es que las turbas inteligentes han llegado para quedarse.