Los autogoles de la superpotencia
Moisés Naím / El País
¿Seguirá siendo Estados Unidos el país más poderoso del mundo? Muchos creen que China le acabará robando ese papel, por su inmenso tamaño y su casi milagroso progreso económico, social y militar. Pero al gigante asiático todavía le falta mucho para desplazar a EE UU. China aún es muy pobre: su ingreso por persona es equivalente al de Perú o al de las islas Maldivas.
Pero si no es China, ¿quién? ¿O es que EE UU seguirá siendo indefinidamente la superpotencia del planeta? No creo. Su enorme influencia internacional está amenazada por divisiones políticas internas que ya se han hecho crónicas y que limitan su capacidad para liderar el mundo. Cuatro ejemplos recientes son muy reveladores. El primero tiene que ver con el Fondo Monetario Internacional (FMI), una institución muy criticada pero que, de no existir, habría que crear. El reto no es eliminarla, sino mejorarla. Y eso intentó EE UU en 2010 con una serie de reformas destinadas a adecuar a la institución al siglo XXI. Entre otros cambios, Barack Obama propuso elevar la participación de China en el FMI de un 3,8% al 6% —lo cual ni siquiera refleja el hecho de que el gigante asiático pronto tendrá la economía más grande del mundo y que, aun llegando a ese 6%, China seguiría por debajo del 16,5 % de EE UU—. Las reformas también permitirían aumentar el peso dentro del FMI de los países emergentes, que ya representan la mitad de la economía mundial. Y todo ello se traduciría en cambios en la obsoleta composición del directorio de la institución, que todavía refleja el orden mundial de 1944.
Las propuestas fueron aprobadas por todos los países y solo esperan, para su puesta en práctica, la aprobación del Congreso de EE UU. Y eso, desde hace cinco años, ha sido imposible lograrlo. Es que Jeb Hensarling no está de acuerdo. ¿Quién? El congresista Hensarling, electo en el Quinto Distrito de Texas, está a cargo del comité que debe aprobar estas reformas. Y ni a él ni a sus aliados del Tea Party les gusta el FMI. Así, un reducido grupo de legisladores tiene la capacidad de impedir que una institución vital para la economía global pueda reformarse de una manera que claramente conviene tanto al mundo como a EE UU.
El resultado: después de cinco años de paciente espera, China fundó en 2014 su propia institución, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), al que invitó a participar como accionistas a otros países. Washington desplegó una agresiva campaña diplomática para disuadir a otros Gobiernos de unirse a esa iniciativa. Fracasó. Hasta los aliados de siempre, como Reino Unido, Australia u otros países europeos, ignoraron las presiones norteamericanas y hoy forman parte de los 57 fundadores del nuevo banco. Washington tendrá que limitarse a mirar lo que hace esta institución sin poder influir en sus decisiones.
Otro organismo para proyectar la influencia económica de EE UU en el mundo es su banco para el financiamiento de las exportaciones, el Eximbank. Un grupo de congresistas amenaza con cerrarlo. No les importa que todos los grandes países exportadores del mundo tengan instituciones parecidas. O que solo en los últimos dos años China haya prestado 670.000 millones de dólares en apoyo a sus exportaciones, frente a los 570.000 millones concedidos por el Eximbank desde que fue creado por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1934.
A veces las situaciones menos visibles para la opinión pública son las que más revelan tendencias futuras. Desde 1959, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es la principal fuente de financiamiento para América Latina. Recientemente el BID decidió incrementar su capacidad para apoyar al sector privado en la región y planteó un aumento de capital de 2.000 millones de dólares para tal fin. Esto se logró a pesar de que EE UU se negó a participar. Para mantener su influencia en esta área, Estados Unidos —el principal accionista del BID— debería aportar 39 millones de dólares al año durante siete años. En cambio, todos los otros países accionistas estuvieron de acuerdo en participar. Así, una combinación de ceguera ideológica del Congreso y la increíble incompetencia de los burócratas del departamento del Tesoro hicieron que EE UU perdiera un instrumento más para ser relevante en una región que, según los discursos oficiales, es una prioridad para la Casa Blanca.
Larry Summers, un respetado académico que ha ocupado los más altos cargos en el Gobierno de EE UU, escribió hace poco: “Mientras uno de nuestros dos partidos políticos se oponga siempre a los acuerdos de libre comercio con otros países y el otro se resista a financiar a las organizaciones internacionales, EE UU no estará en posición de moldear el sistema económico mundial”.
La amenaza a la supremacía global de EE UU no viene de Pekín. Reside en Washington. En el infra-Congreso que puede postrar a la superpotencia.