Moisés Naím

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Berlusconi va a China

Moisés Naím / El País

The Economist lo llama "un bufón ignorante" y dice que es un "hombre de integridad muy discutible". Además, según el diario danés Information, encarna el "nepotismo, la corrupción y la falta de honradez", mientras que en Suecia Aftonbladet le tilda de "payaso arrogante", y el Berliner Zeitung afirma que es "un turbio negociante". En Francia, Liberation concluye que él supone "una amenaza para la democracia", mientras que el Financial Times afirma que "vive en una burbuja mediática donde sus meteduras de pata públicas e insultos gratuitos no son reseñados a menos que viaje al extranjero". No se trata de Robert Mugabe de Zimbabwe, del bielorruso Alexander Lukashenko o de algún otro tirano del tercer mundo. Éstas son afirmaciones sobre Silvio Berlusconi, el primer ministro de Italia, elegido democráticamente dos veces y quien actualmente también ejerce como presidente de la Unión Europea.

Es, sin duda, sorprendente que los medios de comunicación utilicen, para referirse al líder de una democracia europea avanzada, el lenguaje que normalmente reservan para dictadores de repúblicas bananeras. Pero más sorprendente aún resulta que esto le ocurra a un ejecutivo que maneja muy bien los medios de comunicación y es muy consciente de su imagen. No olvidemos que Berlusconi debe su extraordinario éxito en los negocios y la política a su habilidad para dirigir sus empresas de comunicación y para moldear la opinión pública. Pero su mala imagen internacional está ya tan arraigada que quizá ni toda su habilidad mediática, su astucia política o sus inmensos recursos personales puedan bastar para reparar su dañada "marca" personal. Así, está a punto de pasar a la historia simplemente como un astuto empresario que aprovechó la debilidad de las instituciones de su país para convertirse en el magnate más rico de Italia y luego se las ingenió para ser elegido primer ministro gracias a que prácticamente monopoliza los medios de comunicación italianos.

A menos, claro está, que Berlusconi dé un atrevido paso que mejore su imagen. En este sentido podría inspirarse en otro líder que también sufrió serios problemas de imagen: Richard Nixon. Aunque se le recuerda por el escándalo de Watergate, su nombre también evoca el comienzo de una nueva era en las relaciones con China. Nixon, un ferviente y estridente militante anticomunista, sorprendió a su país y al mundo con su decisión en 1972 de viajar a la China comunista y reunirse con Mao. De golpe, no sólo lanzó una nueva política en las relaciones entre Estados Unidos y la nación más poblada del mundo, sino que también contribuyó con una nueva frase al léxico político estadounidense: "Nixon va a China". Ésta no sólo es una metáfora para significar una medida con consecuencias históricas, sino también un ejemplo de líderes que sorprenden al mundo con decisiones que contrastan con lo que se espera de ellos.

Berlusconi también tiene que "ir a China". En su caso, sin embargo, no necesita ir tan lejos. La "China" de Berlusconi es la reforma del sector privado italiano. Viniendo de Berlusconi -y a pesar de su retórica reformista- una iniciativa así sorprendería a los italianos y al mundo. Además, es una iniciativa que Italia necesita desesperadamente y sobre la que pocas personas tienen tanta información de primera mano como el actual primer ministro. Ha vivido dentro del monstruo y sabe mejor que nadie cómo funciona el sistema y qué leyes, instituciones y prácticas perversas lo tienen asfixiado. Al igual que la apertura hacia China, reformar el sector privado italiano es un proceso que tardará mucho tiempo en desenvolverse plenamente. Pero lanzar el proceso con una medida importante e irreversible que lo ponga en movimiento puede suponer un acontecimiento histórico que, sin duda, dará lustre al historial de Berlusconi.

El sector privado italiano es de una creatividad única, cuenta con excelente mano de obra especializada y una adecuada infraestructura. Su capacidad para innovar y responder rápidamente a cambios en las modas y mercados es envidiable. En ciertos sectores como electrodomésticos, maquinarias de embalaje, alimentos y moda sus empresas están entre las mejores del mundo. Pero las compañías italianas también sufren de una regulación excesiva, conflictos de interés inaceptables, una concentración extrema, falta de transparencia, el abuso sistemático de los accionistas minoritarios, un sistema medieval de gremios, un mercado laboral rígido y un sistema bancario politizado e ineficaz.

Las consecuencias de este horrible ambiente empresarial son evidentes. En la última década, el comercio italiano sólo creció en promedio un 1,7% al año -muy por debajo de su potencial-. En los últimos cinco años Italia ha atraído uno de los menores volúmenes de inversiones extranjeras directas entre todos los países europeos. Mientras que 40 de las 500 mayores empresas son francesas, sólo nueve son italianas. Según un estudio de la OCDE sobre las barreras empresariales en 21 países, Italia tiene la normativa comercial más engorrosa y difícil de entender, los mayores obstáculos a la creación de nuevas empresas y las mayores barreras a la competencia. El número de empresas que cotizan en la Bolsa italiana apenas ha crecido en más de una década.

El sector privado italiano necesita desesperadamente reformar sus prácticas y sus estructuras de propiedad y de control. El Gobierno es el único capaz de introducir los cambios necesarios para desencadenar el enorme potencial de los empresarios de Italia. ¿Será Silvio Berlusconi el líder político que empuje al sector privado italiano hacia el siglo XXI? Su propio imperio empresarial sin duda sufrirá si la economía italiana se hace más transparente, si desaparece la indiferencia a los flagrantes conflictos de intereses y si se fuerza la aparición de mayor competencia y se disminuye la tolerancia a los monopolios. Este posible costo hace que parezca poco probable que Berlusconi se reencarne como el reformador que Italia tanto necesita. Pero también es verdad que parecía muy poco probable que Richard Nixon terminaría siendo el presidente que acercaría China a Occidente.